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Un ferry disfrazado rumbo a Venecia

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El Trafaria Praia es un ferry de dos plantas blanco construido en Hamburgo en 1960. Desde ese año ha transportado pasajeros de un lado a otro del Tajo en el estuario salobre que baña Lisboa. Siempre la misma ruta triangular: Belem-Porto Brandão-Trafaria. En 2011 fue enviado a la reserva, a la espera de que algún experto dictaminara si merecía la pena venderlo a un país africano o desguazarlo. Pero la famosa -y polémica- artista Joana Vasconcelos se ha cruzado en su aparentemente previsible destino y lo revolucionará para siempre: servirá, debidamente transformado en obra de arte (o en lo que Joana Vasconcelos entiende como obra de arte, según sus opositores) como pabellón flotante portugués en la próxima edición de la Bienal de Venecia, que se celebrará en mayo.

Por dentro, las paredes se recubrirán de las originales y coloristas composiciones algo aniñadas típicas de la artista, confeccionadas a base  de telas, lanas azules colgantes y croché. El suelo y el techo serán de corcho, un material muy portugués. Vasconcelos asegura que tratará de que este habitáculo rezume cierto ambiente “uterino” (se cegarán todas las ventanas y ojos de buey) y que deberá “respirar” con la parte exterior de la nave que, por su parte, se tachonará de azulejos azules y blancos, un material también muy luso.      

Joana Vasconcelos es la encarnación viva de una variante del pop-art muy personal, capaz de llenar en 2011 los salones de Versalles con inmensos zapatos plateados de tacón de aguja estilo Marilyn hechos a base de cacerolas de aluminio brillante. La exposición, dicho sea de paso, despertó algunas críticas y repugnó a más de uno, pero fue un incuestionable éxito de público y catapultó a la ya mediática Vasconcelos. Una polémica instalación, titulada A noiva (La novia), una inmensa lámpara de  araña confeccionada a base de tampones encadenados, fue rechazada por la comisaria de la muestra por considerarla inapropiada, lo que a punto estuvo de hacer descarrilar toda la exposición. Al final, la censura, como suele ocurrir en estos casos, reportó su punto de popularidad añadida a una artista que se mueve como pez en el agua entre los periodistas y las autoridades. 

IMG_1192El sorprendente taller de Vasconcelos se encuentra a un paso del Tajo, en el corazón de Lisboa. Consiste en una inmensa nave donde trabajan unas treinta personas, entre sastres, pintores, contables o jefes de prensa, entre otros.  Ella, políglota, simpática, inteligente, rompe, se quiera o no,  con el acostumbrado molde del carácter portugués, al que el tópico presenta siempre como humilde, apocado, resignado y algo tristón. El interior del atelier es una mezcla de factoría de película de terror de medio pelo, de almacén de chinos de Cobo Calleja y de sucursal desquiciada de Ikea. Hay estanterías altísimas ordenadas perfectamente con cosas muy raras: cangrejos de cerámica, perros bóxer del tamaño de un jamón también de cerámica, ranas de pega y cajones y archivos repletos de telas y  botones. También hay un coche de verdad habitado por peluches y barbies.

Vasconcelos une cierto feminismo muysui-géneris con una búsqueda de identidad propia que, según ella está detrás siempre de su trabajo. El ferry disfrazado que viajará a Venecia es, a su juicio, un ejemplo. “Soy lisboeta, me he montado muchas veces en calheceiros de éstos. Un barco de este tipo, un vaporetto, es un lazo de unión entre la ciudad de Lisboa y la de Venecia”, dice.

El barco servirá de mini-embajada cultural, albergando conciertos, conferencias o mesas redondas. Tantas  actividades como lo permita el (ahora magro) presupuesto. El Estado, en virtud de que Vasconcelos representa oficialmente a Portugal en Venecia, aporta 175.000 euros. “Sé que es insuficiente”, explica Vasconcelos, que no se queja. “El país está como está y no da para más”, añade. Toda el proyecto (incluido el transporte del barco en un carguero hasta Lisboa) costará mucho más de 300.000 euros y adonde no llegue el Gobierno portugués llegarán ciertas empresas privadas ya contactadas por el quipo de la artista.

Ahora,  el Trafaria Praia, propiedad de la empresa pública Transtejo, se encuentra en los hermosos y antiguos astilleros de Seixas, donde los obreros especialistas le devuelven su capacidad perdida para navegar. Después vendrá Vasconcelos y su loco mundo. Hay quien piensa que el barco –viejo, herrumbroso, condenado a dar sus últimos tumbos útiles en Angola o en Mozambique o a volverse definitivamente chatarra- ganará con su transformación en espumosa obra de arte. Otros piensan que quedará convertido, simplemente, en un mamarracho flotante. La respuesta, en unos pocos meses, cuando el huracán Vasconcelos haya pasado por encima. 



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